José de San Martin, el libertador de América.

Ja ja ja, ¡fuiste engañado!

¡ERA UNA BROMA!

Hace 81 meses - Leído 484 veces


Desde que llegué a Paris, supe que el general San Martin huye cuanto puede de hablar de los sucesos ocurridos en Buenos Aires y aun de su propia carrera pública. Sin embargo, la primera vez que él me vio, me hablo con vehemencia contra el sistema de Rosas: dijo en el tono del convencimiento y del pesar, que de toda la parte que él conoce de la América, Buenos Aires es el pueblo más ilustrado y más dispuesto a la civilización y que: sin embargo, por motivos que dice no comprender, ese pueblo ha sido siempre presa de salvajes y de caudillos barbaros. Después, siempre que nos hemos visto ha hablado en el mismo sentido, pero nunca se ha abierto conmigo como hoy. El general vive con su hija única, casada con don Mariano Balcarce y madre de dos preciosas nietitas; toda esa familia ama y venera al viejo campeón de la independencia, y aquella casa es un modelo de felicidad y de moral doméstica. El general, padece con frecuencia ataques nerviosos, suele tener arranques de mal humor, en que aborrece toda sociedad, aun la de los suyos; pero la prudencia y el amor de ?sus hijos?, como el los llama, hacen que esas nubes jamás produzcan una tormenta. Hemos pasado algunas horas conversando sobre su vida pública, especialmente sobre sus campañas de Chile y el Perú. General ¿Cómo ha sido participar y ser uno de los autores de la liberación de nuestro país vecino, Perú? La gente preguntaba por qué no marchaba sobre Lima al momento. Lo podría haber hecho e instantáneamente lo hubiera hecho, si así hubiese convenido a mis designios. Pero no convenía. No busque gloria militar, no ambicioné el título de Conquistador del Perú: quise solamente librarlo de la opresión. (?) Quise que todos los hombres piensen como yo, y no haber dado un paso más allá de la marcha progresiva de la opinión pública. (?) Estuve ciertamente, día a día, ganando nuevos aliados en los corazones del pueblo. (?) La opinión pública fue máquina recién introducida en este país; los españoles, incapaces de dirigirla, habían prohibido su uso; pero luego experimentaron su fuerza e importancia. Hablando de esto que es la libertad de nuestros países vecinos, no todo en estas batallas fue color de rosas, cuénteme ¿cuáles fueron las dificultades por las que tuvieron que atravesar usted y su ejército en el paso de las cordilleras? Las dificultades que tuvieron que vencer para el paso de las cordilleras sólo pueden ser calculadas por el que las haya pasado. Las principales eran la despoblación, la construcción de caminos, la falta de caza y sobre todo de pastos. El ejército arrastraba 10.600 mulas de silla de carga, 1.600 caballos y 700 reses, a pesar de un cuidado indecible solo llegaron a Chile 4.300 mulas, 511 caballos en muy mal estado, habiendo quedado el resto muerto o inutilizado en las cordilleras, 2 obuses de 6 y 10 piezas de batalla de a 4, que marchaban por el camino de Uspallata, eran conducidas por 500 milicianos con zorras y mucha parte del camino a brazo y con el auxilio de 4 cabrestantes para las grandes eminencias. Los víveres para veinte días que debía durar la marcha, eran conducidos a mula, pues desde Mendoza hasta Chile por el camino de Los Patos no se encuentra ninguna casa ni población y tiene que pasarse cinco cordilleras. La puna o soroche había atacado a la mayor parte del ejército, de cuyas resultas perecieron varios soldados, como igualmente por el intenso frio. En fin, todos estaban bien convencidos que los obstáculos que se habían vencido no dejaban la menor esperanza de retirada; pero en cambio reinaba en el ejercito una gran confianza, sufrimiento heroico en los trabajos y unión y emulación de los cuerpos. Es muy interesante saber lo que usted me está contando, haciéndole saber a nuestros lectores los desencantos de lo que fueron las batallas por las que usted atravesó. Me interesaría saber lo que paso después de hacerse cargo del Ejército del Norte tras la derrota de Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma ¿Con que se encontró? Yo no he encontrado más que tristes fragmentos de un ejército derrotado. Un hospital sin medicinas, sin instrumentos, sin ropas, que presenta el espectáculo de hombres tirados en el suelo que no pueden ser atendidos del modo que reclama la humanidad y sus propios méritos. Unas tropas desnudas, con trajes pordioseros una oficialidad que no tiene como presentarse en público. Mil clamores por sueldos devengados. Gastos urgentes en la maestranza, sin la cual no es posible habilitar nuestro armamento para contener los progresos del enemigo. Esta entrevista fue muy fascinante en cuanto a lo que fueron las batallas que se generaron en respecto a la liberación de Chile y Perú, contadas desde el mismísimo San Martin protagonista esencial en las mismas. Pero no todo en su vida fueron batallas, en esta entrevista me conto anécdotas sobre sus amigos y sobre cosas que pasaban en el pueblo de las cuales a él lo vinculaban. Le pedí a el estratega que me contara esa anécdota en la que se permitió una venganza humorística contra los realistas cuando un fraile predico contra él, al escuchar mi pedido ríe, niega con la cabeza y comienza a relatarme brevemente lo sucedido ese día ?¡San Martín su nombre es una blasfemia!?, había exclamado desde el pulpito, ?No le llaméis San Martin, como a Martin Lutero, el peor y más detestables de los herejes?. Con ademán terrible y fulminándolo con la mirada le dije: ?¡Cómo! Usted me ha comparado con Lutero, quitándome el San. ¿Cómo se llama usted? ?Zapata, señor general?, me respondió el fraile humildemente. ?Pues desde hoy le quita el Za, en castigo, y lo fusilo si a alguien le da su antiguo nombre? El fraile aterrado, se tapó la boca y dijo en voz baja: ?No, no soy el padre Zapata, si no el padre Pata?. Por último, lo que más me llama la atención y en lo cual tengo un gran interés es en saber porqué decide no desembarcar en Buenos Aires y volverse a Francia. Fui invitado tanto por el gobierno como por varios amigos que me mostraban las garantías del orden y tranquilidad que me ofrecía el país, regresé a Buenos Aires. Por desgracia mía, a mi arribo a esta ciudad me encontré con la revolución del general Lavalle, y sin desembarcar, como bien dice usted, regresé otra vez a Europa, prefiriendo este nuevo destierro. A la edad avanzada que hoy tengo, de setenta y un años, una salud enteramente arruinada, y ciego, con la enfermedad de cataratas, esperaba, aunque contra todos mis deseos, terminar en este país una vida achacosa; pero los sucesos ocurridos desde febrero me han puesto en problema donde iré a dejar mis huesos, aunque por mí personalmente, no trepidaría en permanecer en este país, pero no puedo exponer a mi familia a las vicisitudes y consecuencias de la revolución.

José de San Martin, el libertador de América.

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